Ahí permanece, marchita y olvidada en un rincón, pero llena de recuerdos y años de soledad. Todavía conserva su fragilidad y fragancia; ahí, al lado de la ventana, encima de la mesilla y junto a las cortinas, dentro de una habitación de la torre de un castillo solitario, está ella.
Sus pétalos secos siguen rojos, rojos como la sangre de una bestia que a punto estuvo de devorarme. Y todavía recuerdo cada instante de ese día...
Sí, por las tardes oscuras y lluviosas me refugio en ese cuarto lleno de libros antiguos y polvorientos para contemplarla y recordar con melancolía el valeroso galán que la hizo mía y desapareció, sin dejar rastro.
Y hoy, oscuro y lluvioso día, ella me encuentra de nuevo a su lado. Después de tanto tiempo, sigue allí, constante. Mis dedos de anciana gustan de acariciar la delicada flor, y cogerla, y susurrarle, y posar en ella un beso.
Y mientras voy rozando lentamente sus aterciopeladas hojillas, contemplo la lluvia fuera de la ventana, cual intrusa que quiere entrar, y creo oír el son del galope de un caballo en su repiqueteo.
Pero ésto se acaba ya, pues yo me iré en poco tiempo, y entonces ella quedará sola...
Pero seguirá como ha seguido hasta ahora, tan sólo con libros como compañía, pero fragante y orgullosa como siempre, manteniendo el secreto que lleva en silencio, erguida y con sus pétalos rojos, rojos como la sangre de una bestia que una vez, hace ya tiempo, estuvo a punto de devorarme.
Ahí permanece, marchita y olvidada en un rincón.
Y lejos, en lo alto de una colina, está un caballo blanco con un jinete que contempla tristemente la ventana de la torre de un castillo olvidado...
